Reflexión de texto Parrasio
La Pornografía de Parrasio en la
Obra SCL de Alfredo Jaar
Parrasio de Éfeso, el pornógrafo, compró un prisionero de guerra que era viejo, hizo que lo torturaran a fin de utilizarlo como modelo para pintar un Prometeo clavado que los ciudadanos de Atenas le habían ofrecido para el templo de Atenea.
¬ No es lo bastante triste- dijo Parrasio cuando mandó posar al viejo en el centro de su taller.
El pintor llamó a un esclavo y pidió que le siguieran aplicando tormentos para que sufriera aún más.
Torturaron al anciano.
Todo el mundo se apiadó de él.
-Yo lo compré– replicó el pintor.
El hombre gritaba. Le clavaron las manos.
Los que rodeaban al pintor protestaron de nuevo
-Es mío y lo poseo en virtud del derecho de la guerra.
Entonces Parrasio preparó los polvos, los colores, los aglutinantes, mientras el verdugo preparaba el fuego , los látigos, los caballetes.
-Encadénalo- añadió- Quiero darle una expresión de sufrimiento.
El anciano Olinto lanzó un grito desgarrador. Al oír aquel grito, preguntaron a Parrasio si lo que le gustaba era la pintura o los tormentos. No les contestó. Le gritó al verdugo:
-¡Tortúralo más, más! Perfecto!; mantenlo así: ¿así es el rostro de prometeo cruelmente desgarrado, de Prometeo agonizante!
El viejo tuvo un acceso de debilidad. Lloró.
Parrasio gritó:
-Tus sollozos no son todavía los de un hombre perseguido por la furia de Júpiter
El anciano empezó a morirse. Con voz débil, el viejo de Olinto dijo al pintor de Atenas:
-Parrasio, me muero
-Quédate así.
Toda Pintura es un instante.
...........
En la pornografía de Parrrasio existe una hiperrealización
de los sentidos, un acercamiento y elevación de fragmentos. Una muestra que va más allá del erotismo, relacionado con la seducción, más con el velo que con el develar de la pornografía.
En la trabajo de Alfredo Jaar SCL–actualmente en exhibición en la sala de arte Fundación Telefónica- se hace manifiesto su discurso a través de esta hiperrealización pornográfica, a través de la muestra de eventos “trágicos” con el fin de producir una reacción inmediatamente emocional.
En este sentido, el fin de la tragedia es causar la catarsis, la unión del “horror” y “conmiseración” porque no soy yo el que sufre pero me espanto.
Alfredo Jaar encuentra personajes de nuestra tragedia contemporánea. En la muestra “El silencio de Nduwayezu” comienza por el recorrido de un texto iluminado de aproximadamente cinco metros de largo acerca del genocidio en Ruanda. Al entrar a un segundo espacio, se ve una enorme mesa de luz sobre la que se encuentra un millón de diapositivas. Examinándolas, se descubre que todas son idénticas y corresponden a los ojos de Nduwayezu, un niño ruandés que fue testigo del asesinato de sus padres. La comunidad internacional no quiso ver ni tampoco actuar ante el genocidio que en 1994 costó más de un millón de vidas en menos de cien días.
En otra sala, la muestra “Sin título (agua)” consiste en seis cajas de luz con imágenes en las dos caras, dispuestas en el piso paralelas a una larga línea de pequeños espejos. Las transparencias que enfrentan al espectador son las aguas de la costa de Hong Kong. Del otro lado de las cajas de luz aparecen rostros de los llamados “boat people”, exiliados vietnamitas que buscan refugio en las aguas de Hong Kong tras un peligroso viaje por el mar de China. El espectador se enfrenta a estos rostros en los espejos, junto a su propia imagen reflejada.
Es entonces, la exhibición develada de personajes de la tragedia la que muestra la pornografía equidistante entre Parrasio y Alfredo Jaar.
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